Voy caminando por Santa Fe. Pasé hace un rato por la terminal, y ya doblé en Ovidios Lago, como a la gente le gusta decirle. Como le sale decirle...
Ya puedo ver a la gente revolviendo los armarios, los roperitos. Transito por ese ámbito familiar y simpático que alguna vez me proveyó de un gamulán bien conservado. Los nenes corretean provocando mas de un desmán.
Pero el destino de mi caminata está una cuadra más al norte, donde la calle se corta frente a la estación: el mercado retro. Como siempre vine sin un mango, de aburrido y curioso nomás.
Mientras estoy todavía parado en una vereda de la calle Wheelright, enfrente del primer puesto que encabeza el montón, preparo el mate. Se pasó el agua: la yerba hace esa espumita que parece decir: te viá pelá la lengua.
Emprendo la caminata después de sentir cumplida la promesa.
En el primer puestito, un tocadiscos Winco se ofrece como el adorno más preciado. La vedette rodeada de viejas cucharas de plata ya no suena. La vieja puestera ofrece además pulseras de malla de alpaca, insignias, fotos y discos... Sin poder destapar el termo, transpiro el descuido de la pava.
Me deslizo entre la gente mirando todo. No todo lo que veo es de mi agrado pero mis ojos se regocijan entre tan variado espectáculo. Unos cincuenta metros mas adelante y sobre la otra vereda me encuentro un colega coleccionista de chapas patentes. Intercambiamos historias y comentarios. Todo muy lindo, pero no pude venderle nada. Por suerte no aceptó el mate que le ofrecí con la mejor cara dura. Las vueltas del viento traen sucesivamente praliné, pororó y manzana, lo que desdibuja un poco la atmósfera del lugar.
Otro puesto: caros efectos militares. Un descendiente de alemanes con antiguos trofeos de guerra, y con mas historias que la madre, expone cascos, vestimentas, cartuchos, mapas. Su divagación es avasalladora. Me canso y me voy. El agua se enfría un poco y el mate se hace gustar.
El siguiente. Rubro: música. Los discos ni de colección: solamente viejos. Dyango, Nicola Di Vari y para atrás... Un par de instrumentos para nada retros se conservan bastante lindos. El tipo me acepta el mate que pasa desapercibido. La charla se pone interesante y variada. Justifiqué la salida.
Casi llegando al final, ya sin agua y con el sol bajando, en la esquina de Santiago me detengo en un puesto de diarios, revistas, postales y publicaciones interesantes. Ojeo lagunas cosas con curiosidad hasta que el sol me abandona.
Son las ocho menos cuarto. Consumí tan bien la tarde que hasta pasó inadvertida. No quedará registrado en mi biografía como un día memorable. Pero después de todo, es domingo...
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