"Mucha gente habla de la ayuda divina, de la Virgen, de Dios. Puede ser (...) A mí que me perdonen, puede haber algo religioso en todo esto, pero lo que hicimos con Roberto lo hicimos con nuestras piernas (...) Para mí, el verdadero milagro es que, al vivir tanto tiempo esquivando a la muerte, rozándola siempre, aprendimos de la forma más poderosa lo que significa estar vivo."
Nando Parrado, sobreviviente de "La Sociedad de la Nieve".
jueves, 20 de febrero de 2014
El Hombre Lobo de la leyenda
El terror. El espanto. El sadismo de la bestia. La mandíbula y las garras. El Hombre Lobo, la amenaza. El Terror. Claro, el impulso de multiplicar la amenaza parece ser un reflejo, temblando todos cómodamente sentados sobre el miedo inquieto, frenético. Hay alguien a quien perseguir, a quien sacrificar. Hay un hombre, un hombre bestia maldita, bestia hombre culpable y maldito. Hay un hombre lobo y feroz, acorralado de fantasías de fuego, trampas, machetes, balas y estacas. Pero el lobo es hombre y nadie se acuerda. Al fin, todos tememos arrimar las antorchas a la cueva de nuestra propia bestia interior. El Hombre Lobo quizás lleve el alma más desgarrada que la camisa, las heridas más sucias que sus manos al amanecer, la paz perdida mucho más lejos que sus zapatos. ¿No te lastimarían el cuerpo unas propias fauces atroces creciendo sin control, las garras que emergen irrefrenables destrozándote desde adentro? Nadie quiere ser culpable, monstruo, bestia; nadie quiere cargar con el designio maldito de las horas y de la luna y de sus formas. El hombre sufre -¿quién no?- cuando la bestia emerge y desgarra su interior. El alma se retuerce en angustias indomables mientras el llanto no puede salir, apretado entre el estertor y los gruñidos ahogados en la lucha contra el primer aullido. Antes de ser el lobo un depredador, el hombre es presa. Se desconoce, se abandona a palos, es expulsado de sí mismo, desterrado su lugar que es el cuerpo que lleva su ser. El hombre se arrastra, se ensucia, se caga. El pueblo lo persigue con sus hombres, sus manos, sus miedos, sus armas. Quizás lo alcancen. Quizás el Hombre Lobo se esconda, rodee el lugar y vuelva a acosar y a atacar. Todos se angustian, pocos escapan, casi todos temen, algunos sufren. Tal vez nadie se pregunta por qué.
miércoles, 5 de febrero de 2014
De casualidad y favor
Perdón, con su permiso,
¿será posible exorcizar los olores?
Me refiero -no más- a amputar
al animal de mis sentidos.
Digo, mejor, para no
preguntarme tantas cosas
románticas y dolorosas
sobre los corazones unidos.
Quizás no sea molestia,
como puesto, sacar el todo.
Y zanjar la diferencia
entre un no y un sí de ausencia,
(digo para no aferrarme,
esnifando unos recuerdos,
al seguro de ningún cuerpo
entre abismos de demencia).
Y sin ánimo de estupro
quisiera ver la posibilidad
de descartar de plano el tiempo
-el lineal, el espiral-
de saltarnos lo del espacio,
lo etéreo y lo material;
y mientras me jacto de terco,
muy sin fe y rengo en ciencias,
pediría, aprovechando:
-tratemos de ser sensatos-
como ya te llevaste el cuerpo,
cargate también su ausencia.
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