¿Qué cosas se aparecen en el silencio de un
cuarto? El viento, el tránsito, los pájaros no cuentan. Participan, sí, no,
distraen. Digamos que no cuentan, excepto cuando no dejan contar. Así que
olvidémoslos y hablemos.
La inquietud, la angustia. Personas y
personajes, en páginas y en películas. Las cosas… Las cosas que suceden
(“sucesión”) en una pantalla en tan poco tiempo, 60, 90, 120, 180 minutos,
llevan en sí lo inverosímil, lo imposible. O quizás la insensibilidad del
relato convierte a las historias trascendentes en pájaros helados. El vuelo en
un paso inacabado. El brinco en un torpe ademán. La conciencia y la
inconciencia por igual han de ser abismales y aterradoras. El filo del medio,
ese dónde caminar seguro, será también la indeterminación. La certeza de lo que
hay, que es lo que se evade y no se mira para intentar caminar en una línea
recta que es el trazo inicial de la costumbre, como un gas que adormece. Es
difícil creer que haya paredes lisas. Todas y todos son lienzos blancos donde
nos dibujamos. Nos dibujamos, nos dibujamos. ¿Sabremos por qué tanto nos
dibujamos y nos pintamos? ¿Odiamos -o sólo tememos- pintarnos sólo con agua,
sin ropas, vestidos de verdad insostenible? Dice Don Jaime -pongamos que se llama donjáime- que odiar no es el opuesto de amar. Sino es el ignorar el opuesto
diametral del amor… Me dejó, no pensando, pero me dejó -no inquieto- sino que
me dejó… algo. Me dejó ¿atento? Me dejó pintado, eso. Pintado con agua. Me
pintó un suceso, que fueron mil crueles sucesos que aprendí y reproduje.
Pintado con agua viendo ese retrato (yo-de-hielo) helando a otro que siente y
pregunta y se calla y se pregunta. Y no me manda a la mierda porque la paciencia
es un don de gente muy elevada a veces. Una virtud, eso.
Bueno, Don Jaime me dejó pintado con agua. A él
le gusta pensar de a dos, o hablar pensando, o compartir. Se lo ve disfrutar
abriéndose y pasándose revista con paciencia, diciendo éste soy yo y creo que esto está bien ¿sabés?. Es bueno Jaime, él es
buena persona. Sabe cosas, él entiende cosas porque tuvo sus lecciones,
sus odiosas clases magistrales y sus propias escrituras. Él mismo debe saber
que no todo es gratis, o lo supongo porque él me dio a entender que todo eso
que él sabe y dice no es gratis. Lo sé aunque no lo considere, y aunque no me haya
dicho que lo considera.
Vivir con un propósito es una gran cosa, yo
creo. Con un qué hacer, además que un quehacer reiterativo. Un dónde ir, fuera
de esta vueltita de perro que a todos nos toca un día tras otro, tras otro,
tras otro. Hoy no sé qué día sea, tras cuál, o precedente a otro trasotro, y es el día en que tampoco veo
el propósito. Ver no es una gran cosa, andar no es una gran cosa. Hacer tampoco...
(por minutos que le he dado a la idea para reivindicarse, realmente no: hacer no es
una gran cosa). Hay muchas cosas que se pueden hacer, claro. ¿Pero cuáles y
cuántas grandes cosas hace uno entre tantas cosas que hace? ¿Cuántos pocos
aciertos entre tantas demasiadas palabras? Las pequeñas existencias, de eso
también hablaba Don Jaime, contando cosas de afuera mientras miraba hacia adentro.
La relatividad y la comodidad de los ojos tuertos. Estás aturdido, nomás no
entendés por qué. Te cuesta hablar y tampoco te entienden del todo y lo ves en
la cara del otro ya en el primer cuarto de tus oraciones largas y con
preámbulos, y esas proposiciones que se te hacen interesantes y que casi
indefectiblemente terminan en “qué se yo”.
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