Diría mi abuela Nena
“digamos un suponer”;
que no habláramos
de gente, de ninguna tercera persona,
de precios, de novedades,
-buenas nuevas que se compran-
de las cosas que se acumulan, te abultan
y poco suman;
de las enumeraciones que abren
más vacíos de los que llenan;
de los que hacen mal,
de lo que haces bien,
de lo que hago mal,
de lo que sabes muy bien;
de las justificaciones que sobre lo evidente
serán dichas y repedichas,
de la lógica y del no-bueno,
de los veintes que te van cayendo
(con la sinceridad de a veintemil),
de los votos que tropiezan
y se borran con cervezas;
de las hazañas que hace un cuerpo
allá
donde nadie lo ve;
digamos que no hablaremos
del ningún día, visión o suceso,
de ninguna ficción o un hecho
que te hizo mentirreír a fuerzas;
digamos un no –un suponer–
a la son-y-risa prohibida
si va a llegar justo
sólo para quedar bien, y
también olvidemos sin miedo
(y sólo por hoy)
las increíbles sorpresas clonadas inesperadas;
que no habláramos de fútbol
u otras formas del circo
y las estafas,
y evitáramos los autos, las fiestas,
y las resacas;
digamos que solamente ahora
dejamos los libretos
que guardamos en el céntimo cuartito
de nuestra área de seguridad;
haremos de cuenta
que, saltando, saltamos
el metro
de confort para
abrir la boca
y tomar aire del que haya
para,
mirando con intención,
hablar con propósito
y compartir con ganas
lo que sea
que se salga.
Digamos un suponer entonces,
en ese entonces ¿qué sería?
¿Qué sería, camarada,
compañero,
lo que dirías?
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