Érase una vez un bosque que fuera una vez encantado, con la savia cantando en las hojas al silencio de siete lagos. Había una vez un mundo de mil colores pintado, adornado con las obras que la misma Tierra ha creado. Hubo una vez, como en el cuento, pero fue -colorín colorado- el sueño de hadas y duendes y un mal fin, inesperado...
Pues Chango quiso una hamaca para no dañarse las manos, trepando de rama en rama con la piel dura del árbol. Al tranco llegó Ña Garza hecha llanto y grito pelado: quería unas botas de goma para andar mejor en el lago. Permiso pidió Quetzal para volar al pueblo de al lado, para hacerse teñir las plumas que ya se le andaban ajando.
Chillando siguió Ratón, pidiendo ser escuchado: que soy débil y pequeño, ¡que me manden al gimnasio! Y llegó Chancho del Monte con el gusto atravesado: ya no más bichos ni frutos, ahora quería helado. De lejos mandó una carta Pingüino al bosque encantado queriendo rentar una palma ¡con aire acondicionado!
Y así fue que todo cambió llegando lo que hubo llegado, para atontar a cada bicho y destruir lo acostumbrado; llegó nomás la lana al bosque, llegó el dinero al bosque encantado: equilibrio patas arriba y lo natural, acabado...
Y se acabó lo que se daba, colorín-sangrón-colorado; final infeliz para el bosque que fuera, una vez, encantado.
Pues Chango quiso una hamaca para no dañarse las manos, trepando de rama en rama con la piel dura del árbol. Al tranco llegó Ña Garza hecha llanto y grito pelado: quería unas botas de goma para andar mejor en el lago. Permiso pidió Quetzal para volar al pueblo de al lado, para hacerse teñir las plumas que ya se le andaban ajando.
Chillando siguió Ratón, pidiendo ser escuchado: que soy débil y pequeño, ¡que me manden al gimnasio! Y llegó Chancho del Monte con el gusto atravesado: ya no más bichos ni frutos, ahora quería helado. De lejos mandó una carta Pingüino al bosque encantado queriendo rentar una palma ¡con aire acondicionado!
Y así fue que todo cambió llegando lo que hubo llegado, para atontar a cada bicho y destruir lo acostumbrado; llegó nomás la lana al bosque, llegó el dinero al bosque encantado: equilibrio patas arriba y lo natural, acabado...
Y se acabó lo que se daba, colorín-sangrón-colorado; final infeliz para el bosque que fuera, una vez, encantado.
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