viernes, 1 de julio de 2011

Dos consejos potencialmente útiles.


Primero lo primero: busque en su casa la olla más ancha y profunda que tenga, la más grande. Segundo lo segundo: destápela y obsérvela por dentro. Mire cuán vacía está. Vea qué frío, oscuro, duro y silencioso vacío gigante tiene adentro. ¡Pobrecita la olla! Apiádese de ella. Sienta lástima por ella. Hágale escuchar su lamento. Y dele unas caricias livianas mirando de ladito... Después de este inmaterial pero fundamental paso, está listo para empezar a preparar su Sopa de Tristeza.

Ahora sí puede empezar a llenar de agua la gran olla. ¿De dónde será el agua para esta sopa si no de unos jugosos y amargos lagrimones? Le recomiendo no utilzar lágrimas plásticas de telenovelas ni cine. Tómese el tiempo de derramarlas con gusto frente a las fotos de las personas que no están, que lo abandonaron y lo dejaron solo. Recuerde todo lo que hizo por cada uno ellos y lo poco que recibió a cambio. Vea las caras de felicidad de cuando todos estaban a su lado...

Una vez que reúna el agua suficiente, comenzaremos a incorporar los ingredientes. Primero agregue todo aquello que siempre  quiso y nunca hizo. Este paso habrá de resultarle complicado y llevarlo con sus idas y vueltas a una indecisión que puede llegar a paralizarlo. Para que estos ingredientes se incorporen de la manera más fresca, trate de agregar aquellos que prefiere dejar de lado y de no incluir los que en principio pensaba incorporar.

Una vez que esto está listo, es momento de echar a la olla sus prejuicios, todo bloqueo, aislamiento y separación que haya construido entre usted y los demás durante toda su vida. Si ve que resultan demasiados para la cantidad de agua, incorpórelos en porciones proporcionales, sin dejar un solo sentimiento fuera.

Sin dejar de experimentar una buena ansiedad angustiosa, espere el tiempo necesario para que cada ingrediente libere sus jugos y se forme un caldo denso y burbujeante, de olor intenso. Cuando sienta que la consistencia es la correcta, vierta todas las evocaciones posibles de padres, hijos y parejas injustas e insensibles, amigos que se fueron de su lado, destinos lejanos e inalcanzables, viudeces ajenas que hizo propias y duelos interminables. Agregue también un toque de sabor añejo con todas las fatalidades que sufrió por la mala suerte de siempre.

Ahora necesita caminar la cocina y el resto de la casa. Busque todo rastro material de envidia y codicia entre los objetos que ha acumulado. Hablando de codicia, claro: no olvide incorporar el vacío que sintió cada vez que se le diluyó la felicidad que le produjo cada cosa innecesaria y superflua que compró y que luego reemplazó por otra tontera de novedad.

Bien, el momento de agregar su toque más personal e individual a esta receta (si es que uno solo hay) es éste. Culpas. Frascos, tarros, bolsas, canastos, costales de culpa. Culpas propias y culpas que usted adjudicó a otros, incluyendo amantes, vecinos, cuñadas, jefes, políticos y repartidores del gas. Vierta por completa esa alacena que ha sabido llenar durante toda su vida, alimentándola con cada una de sus relaciones.

En un momento, sobrevendrá espontánea y casi mágicamente (aunque de un modo absolutamente previsible) el último elemento formal y necesario de esta receta: la autocompasión. Exorcise los vapores de su sopa con un suspiro de novela de esos que tanto ensayó: "Pobre, pobre pobre de mí..."

Para terminar con esta auténtica delicia, finalmente será hora de improvisar: abra la heladera y tome unos puñados de deudas, cuentas pendientes, amores imposibles e ilusiones postergadas. No olvide revisar el freezer para incorporar finalmente unas porciones de sueños anhelados, luego olvidados y helados.

Ahora sí: felicítese. Admírela. Disfrútela. Esta es su única e irrepetible receta de autor, su propia y exclusiva Sopa de Tristeza.

Lo que quedará por hacer es tomarla a cucharadas lentas, sentado solo y cabizbajo en una esquinita de la mesa. O en la cama, en silencio y con las cortinas cerradas. O en un jardín de invierno, sin sol, que huela a humedad. O también frente a un espejo impregnado por horas de autocompasión y amargura.

O, si se anima, puede hacer otra cosa: tire esa sopa a la mierda y salga a vivir con ganas, que también se puede.



4 comentarios:

Gisella dijo...

yo, tire la sopa a la mierda!!

batatita dijo...

Congrats! Y buen provecho entonces!

James Wilson dijo...

Cuando busque la olla mas grande, me encontre a mi mismo. Me destapé y me miré por dentro hacia el vacio por mucho tiempo. La sopa se evaporo por si mismo.

Saludos compadre.

James

Cristian Ochoteco dijo...

Camaradinha! Qué bueno encontrarte por acá después de tanto tiempo! (dos años desde que estuvimos en Cuenca!).

Lo bueno del vacío es que está ahí, listo para alimentarlo. Sólo habrá que tener cuidado de con qué lo llenamos, pero para eso también tenemos libertad!

Que se siga evaporando, que se llene rico y te haga provecho cumpa! Un abrazo para ti!