El pelo. El cinto.
Camisa y náuticos algunos sábados.
El teléfono. Las
ventas que van bien, los retrasos en la aduana, muchas (demasiadas) fotos de tu sobrinito y sus dos días de vida. Qué cagada che, y los dibujitos. Qué alegría che, y los
dibujitos. Qué desastre che, y los dibujitos. ¡No te puedo creer! y tus diez mil
hojas del cuaderno junto al teléfono con tus dibujitos autómatas. ¿Alguna vez
les preguntaste qué son, Juan? Por favor... ¿No te mueve un pelo saber qué y
por qué quisiste decir sin pensar con tantos trazos de tinta negra, Juan?
Y no te pido que te
exprimas el cerebro, Juan, porque lo usás bastante. Pensás las cosas, Juan, las
recordás, les das la vuelta, te olvidás las cosas… Teorizás. ¿Pero en el fondo
qué, Juan? ¿Y en la piel?
Tenés sueños Juan,
me contás. Que si el árbol, que el espejo. Los sueños de los dientes. Que si
son representativos, simbólicos, significativos. Que los significantes, Juan... ¿Y en el
pecho? ¿Qué tenés en el pecho Juan? ¡Decímelo por la vida de este planeta! ¿Vos
tenés sangre? ¿Tenés sangre, Juan?
Te diría Diego: ¿Está muerto? ¡Contestemé, usté no está
muerto! Y ahora también esto que pasa, Juan… los muertos están
empezando a llegar. Algunos ya se están yendo. ¿No entendés, querés que te lo diga de otra
forma? Todos Juan, todos, están empezando a morirse. Y todos somos Todos. Somos
todos, Juan. ¡No digas no! No digas que no porque vos no sos un zapato,
¿sabés? No sos la cucha del perro. ¡Vos no sos una llave inglesa, la puta que te parió Juan!
¿Y la sangre, Juan?
¿Cuando tu sangre deje de latir? Nosotros nos vamos a quedar de este lado, creyendo que Juan siempre estuvo bien, porque no sufría. Si siempre estaba
tranquilo... O si Juan fue un sonámbulo feliz y adicto, que hablaba y caminaba dormido.
Y no te puedo juzgar Juan, no podemos culparte. No podemos obligarte. Pero siempre va a ser
inquietante, algo tenso, algo misterioso y a veces asfixiante, pensar que nunca
supimos qué sentiste. Qué sentiste, Juan.