martes, 18 de octubre de 2011

Entre un gracias y un perdón...


Si hoy te traigo una disculpa
por aguantarme guerrera,
si acabadas las palabras
sólo agacho la cabeza
y te agradezco en un arpegio
esa paciencia de maestra,
entre un gracias y un perdón,
la cosa va a estar pareja.

Vos que dormiste en mi cama
vestida de funda vieja
y nunca tuviste celos
de no haber sido la primera;
de estar después de la marrón,
una verde y la otra negra
y perdonás mi interrupción
a tu silencio de seis cuerdas

aunque te ahogue mi apuro,
mi ansiedad y hasta mi pena;
y te toque mi mano torpe,
mano poco guitarrera,
y te arrastre con mi voz
-¡qué compañía más fiera
que un verdugo, un cobrador,
un carcelero o centinela!-,

con las clavijas mareadas
y un puente herido de guerra,
una intención indefinida
y una duda que trastea,
aun así aceptás mi tiempo
al tropezarme con la sexta
y te llevás mi inspiración,
conectándome a la tierra.

Y esas voces de metal
y esa intriga de madera
se convierten en canciones
entre chuecas y algo rengas,
con ímpetu, sin control
y con muy poca vergüenza,
hasta devolverte en silencio
a descansar contra la puerta.

Y te quedás tan campechana
y tranquilita en esa espera...
No te aturdís -como yo-
ni me decís una queja
y hablás sola con el rincón,
susurrando a ninguna oreja
arreglando una canción
                             -perdón-
que canté despareja.

Y ahí cantás sin tropezar,
dormida, pero despierta,
suspendida en un momento
como el viento, cuando espera.
Y yo sin aviso vuelvo y te toco
y te rozo sin vergüenza,
sin escuchar al corazón
que late en esas seis cuerdas...

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