lunes, 31 de octubre de 2011

Reminder para compartir

Se viene el Día de Muertos (o "Día de los muertos", en el sur). Ya hay altares, ofrendas y muestras en muchos lugares de México.

En uno de esos lugares, en la UNAM, hay una curiosa megaofrenda temática. El tema de la ofrenda de este año es la obra de Jorge Luis Borges.

Creo que sólo una vez leí un cuento de él, no conozco casi nada de lo que escribió. Pero leí en un altar de la UNAM una frase que me resultó muy interesante y es lo único importante después de esta introducción coqueta y cooltural. Y dice: 

"La muerte es una vida vivida. 
La vida es una muerte que viene." 
 

martes, 25 de octubre de 2011

Pelotudo Eduardo


Eduardo se levanta. Se tambalea. Se levanta.

Va al baño. Se despierta. Se ve.

Se sienta. Termina. Se para. Se mira.

Se habla. Se calla.

Se cepilla. Se afeita. Se peina.

Se queja. Se peina. Se queja.

Se viste.

Toma el café, está bien. Respira.

Traga el café, está horrible. Sale.

Camina. Se queja. Putea. Responde. Camina.

Se sube. Empuja. Se acomoda.

Empuja. Se baja.

Se sube. Se baja.

Entra. Marca. Se sienta. Enciende la máquina.

Camina al baño. Cae en una alcantarilla mientras todo el mundo se ríe dando saltos. Inmediatamente después se encuentra desnudo en la oficina del jefe regional de ventas.

Eduardo se despierta.

Se levanta. Se tambalea. Se levanta.

Y se lamenta haber desperdiciado un sueño repitiendo la estúpida ficción de sus días.





martes, 18 de octubre de 2011

Entre un gracias y un perdón...


Si hoy te traigo una disculpa
por aguantarme guerrera,
si acabadas las palabras
sólo agacho la cabeza
y te agradezco en un arpegio
esa paciencia de maestra,
entre un gracias y un perdón,
la cosa va a estar pareja.

Vos que dormiste en mi cama
vestida de funda vieja
y nunca tuviste celos
de no haber sido la primera;
de estar después de la marrón,
una verde y la otra negra
y perdonás mi interrupción
a tu silencio de seis cuerdas

aunque te ahogue mi apuro,
mi ansiedad y hasta mi pena;
y te toque mi mano torpe,
mano poco guitarrera,
y te arrastre con mi voz
-¡qué compañía más fiera
que un verdugo, un cobrador,
un carcelero o centinela!-,

con las clavijas mareadas
y un puente herido de guerra,
una intención indefinida
y una duda que trastea,
aun así aceptás mi tiempo
al tropezarme con la sexta
y te llevás mi inspiración,
conectándome a la tierra.

Y esas voces de metal
y esa intriga de madera
se convierten en canciones
entre chuecas y algo rengas,
con ímpetu, sin control
y con muy poca vergüenza,
hasta devolverte en silencio
a descansar contra la puerta.

Y te quedás tan campechana
y tranquilita en esa espera...
No te aturdís -como yo-
ni me decís una queja
y hablás sola con el rincón,
susurrando a ninguna oreja
arreglando una canción
                             -perdón-
que canté despareja.

Y ahí cantás sin tropezar,
dormida, pero despierta,
suspendida en un momento
como el viento, cuando espera.
Y yo sin aviso vuelvo y te toco
y te rozo sin vergüenza,
sin escuchar al corazón
que late en esas seis cuerdas...