No recuerdo si tendría cuatro o cinco años cuando lo conocí a Franco Luque. A Franco Sebastián Luque.
Fraaanco Sebastiáaaan Luuuuuqueeeee... cantaba la señorita del jardín de la Escuela 19. Licha, Sarita, Alicia... no recuerdo cómo se llamaría. Pero tomaba la asistencia cantando y transformando la primera actividad del día en un juego adornado con el brillo de una voz que hoy suena en mi cabeza como hace veinte años.
Aquí estoy señoriiiitaaaaa... respondía Franquito de lunes a viernes y se levantaba para marcar su asistencia en una pizarra con cartelitos colgados, cada uno con un nombre escrito en color. Un ratito después llegaría mi turno.
Criiiistian Renéee Ochoteeeeecooooo... Aquí estoy señorita, cantaba yo también... sin pensar que aquellos niñitos de menos de un metro todavía no aprendían a reírse del nombre René.
Y ahora vuelvo a pensar en todo lo bueno y malo que aprendemos en un aula. Es bueno también no haber aprendido a ser lo que se debe, para descubrir que se puede ser lo que uno es nomás, sin temor a no encajar en el mundo que se modela en las escuelas…
Pero esa es otra historia. Y, además, la del pequeño Franco para mí es más linda. Porque, también, es parte de mi historia…
Con Franco marcamos a fuego nuestra infancia con todas las de la ley. Cagadas de todo tipo, inventos y experimentos, una pelea con piñas y todo, bolitas, chichones, hondas y pajaritos, diarrea, pelotas, globitos de agua, tatuajes de chicles, puntos en la cabeza, raspaduras, bicicletas, perros y cumpleañitos. Y palabras que, juro, recuerdo hasta hoy.
Ustedes también tuvieron un amiguito de la infancia y entienden bien de qué les hablo. Pero lo que me pasó va un poco más allá.
La semana pasada conocí a Franco Luque. A Franco Emanuel Luque, el hijo de aquel compañerito mío, Franquito.
Cabezón. Aparato. Quilombero como el padre. Y es la foto del tipo, loco… Y lo vi ahí dando vueltas en su propio cumpleañitos, mandando a sus amiguitos a cagar a palos a otro pibe porque le había hecho no se qué cosa…
Y era Franquito, era Franco Sebastián al lado mío… hace veinte años.
Puta madre… Qué milagro es la vida viejo…