Y como cualquier odiadomingo, el brillosol alargrandó sus penusombras contra las abuertas y puertanas al tomontar el bicírculo. Y se perdirigió tras los pasomansos fuidos que extrañejaran el odiadomingo pasadumbrado.
Y ahíba a andanadar la sinfinita largaguna mental de revolvepetir los dihastíos...
Al rato, la calluviosa y un cafeliente; un tangolpeado inmoraldemente exentonado y alguna leve controversación entretediosa. Algo de certristeza y los Nuevos Aires de nojalá.
A la bicírcula -paradesbaratada contra la grisalla silenciociosa- le resbalíanpito las sinonovedades del estragobierno, el recorte de los limosdineros públicos y el abracadáver del día.
Estimovían aun menos el interminterés de su pedalista, cansaburrido y silenciolitario.
Y la desasosilusión, que nosdesvastalgia. Y la soleterquedad, que acabina donde comensea. Y no mucho más que un automáta que esquina y pisa la verdereda.
Y la cantonada de los volajaritos, tan pacificoncientes de su impaguinigualable vagabundancia...