Martes. Hoy vuelven a juntarse los caballeros de la mesa de las rimas, en El Bar de la Paloma. Son cuatro tipos entrados en años y algunos dirían que ya tienen sus vidas hechas, sus familias formadas y sus raíces echadas. Pero más bien se diría que esas cosas les faltan y, cada martes, ese y otros temas alimentan las líneas de la mesa de las rimas del Bar de la Paloma.
Es bien curiosa la charla que llevan estos viejos muchachos en sus noches de copas. Los visitantes del lugar suelen voltearse y reacomodarse en sus sillas para oírlos con un disimulo generalmente muy poco disimulado. Todos preguntan sobre estos tipos raros, a veces susurrantes, más tarde risueños, recostados hacia el fondo del bar. Todos quieren saberlo y vuelven a preguntar: ¿por qué hablan así?
No importa por qué. Lo cierto es que estos cuatro hombres de copas también son hombres de letras y de sombras. Y como cualquier hombre que arrastra consigo algún pesar pasado y añejo, han visto despertar en ellos el suspiro de la poesía como la salida de emergencia al dolor. De cualquier manera, no es la tristeza de sus versos lo que más habla de ellos. De tanto vivir de la poesía, simplemente y sin distinción de ocasión, los tipos hablan así. Y ahí están, en su mesa de los martes. La mesa de las rimas del Bar de la Paloma.
Rubén es el viejo cabrón sentado en el lado más lejano a la puerta. El de las cejas tupidas que, juntándose al medio, le arrugan la frente y le oscurecen la mirada. Es del vino. No es el amigo del vino que es el viejo Octavio: es un tomador de vinos a tragos largos, un vaciador de copas de esos que hablan respirando por la boca y gruñen hasta cuando muestran satisfacción. Después de la primera pasada del mozo, el viejo Rubén dijo
Este vino está caliente.
La botella, vieja y sucia.
Pa´ venderlo, el hijoputa
guardará un tonel de astucia…
Don Esteban se caracteriza por su amabilidad. Es un tipo caballero y muy educado sobre todas las cosas. Un tipo de cara redonda y blanca, mirada franca y una sonrisa permanente e invisible dibujada sobre un rostro a todos familiar. Tratando de suavizar la grosería de Rubén, aunque sin querer oponérsele, dijo
Amigo mío mesero, mi compañero no está entero.
No ha tenido un buen día y lo turba el nervio en un velo…
Si no es molestia pediría que me salude al cocinero
y me acerque una copa más con un poquitito de hielo...
Rubén escupió unas últimas líneas contra la mesa, dando por concluida la cosa:
La burrada del meta-hielo
pa´ salvar vinos cabrones,
más que de hombres caballeros
lo será de maricones…
Don Esteban miró al viejo Octavio, quien devolviéndole la encogida de hombros, se alejó del tema para deshacerse en elogios al Pinot que apenas estaba oliendo:
Fijate la burbujita que hace cuando se cae.
Envuelve un chiquito el aroma que va a contarme su edad.
Va soltando el airecito y empieza a mostrarme el gusto.
Ya imagino ese redondo suavecito en el paladar…
Enamorado de su copa, la volvió a mirar y la siguió olfateando con la nariz bien adentro, como quien persigue la huella de un recuerdo que no termina de reconstruir.
Ernesto es de esos tipos que no terminan de cuadrar con el grupo del que forman parte. Son sus modales, su forma de vestir o simplemente la forma de habitar esa mesa, diferente a la de los demás, lo que lo hace ver un tanto fuera del circuito. Y tiene una particularidad: por no decir que es un poco falto de palabras e ingenio improvisador, construye unos versos de rimas y métricas bastante poco usuales. Lo cual, en definitiva, es una excepción a su presencia, ya que es un hombre más bien callado. Asiente más de lo que dice. No obstante, le llegó el turno de hacer su pedido y le dijo al mozo
Buenas noches amigazo
voy a pedirle un jugo de vaso.
Es que mañana me levantaré temprano:
tengo que hacer unas compras… muy temprano.
Y pasó la noche del martes entre copas y versos. Como todos los martes en el Bar de La Paloma, se habló de fútbol, de política, de mujeres, de los problemas del mundo y de la solución de todos esos problemas. Y como siempre, todo tema sobre el que se habló se verseó. Esa es la especialidad de los tipos…
Esa noche, que fue particularmente breve, empezó a terminar con la despedida de Ernesto. Después de masticarla un ratito, soltó:
Como dije, mañana amaneciendo
me he de levantar.
Así que me voy retirando
para salir y también…
los voy a saludar.
Entonces todos se levantaron y al instante empezó un cruce de saludos sin fin entre los hombres de rimas, que se despidieron hasta la semana siguiente mientras se encaminaban hacia la calle.
Che, nos vemos el lunes,
a ver si mejora el vino…
Que tengan buena semana, agarro por este camino.
lamento no acompañarles, disculpen el egoísmo…
Andá nomás pelotudo,
no te calientes por estos tilingos…
Me voy camino a la luna a soñar con el Pinot,
en una semana volveremos, y a brindar con don Merlot…
Un gusto verlos de nuevo. El martes volvemos al rito
de juntarnos a la mesa a compartir el dulce vinito…
Chau amigos de letras,
disfruté mucho viéndoles…
A esta hora ya se termina el martes
y justito también… ya empieza el miércoles.
Ya me duermo en el sendero y camino hacia mis sueños
queriendo sean realidades, queriendo serles el dueño…
Y ahí se van los poetas de El Bar de la Paloma, arrastrando versos por las veredas que los van a volver a juntar en siete días. En otro martes de vino y bar... El único día que justificará el paso de una nueva semana de letras eternas.