Esto me pasó anoche. A la madrugada, mientras esperaba el colectivo para venir a Asunción.
Antes de contar la cosa en concreto, intentaré compartir con ustedes una cantidad de sensaciones raras que experimenté en el lugar…
Hacía frío. Lo suficiente como para mantenerme inquieto, dando vueltas a un lado de la ruta para no enfriarme. Esa inquietud de cuerpo, por alguna razón se me metió en la cabeza, o en el pecho, y me puso intranquilo. Habían pasado las 2 de la mañana de un lunes y había muy poco movimiento en esa zona, a 200 kilómetros de la frontera. De vez en cuando algún tipo pasaba pedaleando o manejando una motito en dirección a unos barrios alejados de por ahí.
Ahí comienza a darse esta serie de cosas. Empiezo observando a la gente que pasaba frente a mí. Todas las caras eran negras. Las pieles negras. Algo que me resultó aun más curioso: la gente no tenía rasgos africanos, no era de raza negra. Era la gente normal del lugar, eran criollos. Sólo su color era otro. Y además llevaban intimidantes sonrisas raras, con dientes tan luminosos como sus miradas.
Finalmente todos pasaron. Miraron (me miraron fijamente no menos de cinco) y pasaron. Algunos incluso dando rodeos y volviendo a pasar luego de parar no sé donde.
Alternando con estos personajes, varios autos también aportaron lo suyo a mi cabeza fuertemente sugestionada a esta altura. Remises que paraban, hacían señales de luces con extrañas secuencias, choferes que hablaban brevemente por radio sin dejar de mirarme.
Después, los perros. Mierda, esto ya tuvo un excesivo matiz de confirmación a mi efervescente manía persecutoria. Los perritos, los buenos perros de la calle. Mis silenciosos compañeros de calle, de caminatas en las noches de tantas ciudades… Cualquiera sea su rumbo y ritmo de paso, todos y en cualquier dirección, se tomaban un sereno respiro para observarme con la cabeza agachada y los ojos bien abiertos. Incluso algunos que pasaban solos observándome, al instante estaban junto a otros, como husmeando entre olfateos y volviéndome a mirar.
Hasta aquí el preámbulo. Después, llegó el Diablo.
Empecé a sentir su presencia por un leve zumbido. Como un rugido contenido vibrando en un pecho henchido. Y todo después transformado en el chillido hiriente de algún ave oscura y dolida.
Me desconcertó que me fuera imposible identificar de dónde venía el sonido. No venía de algún lugar en particular, aun de ninguno de los cuatro costados. Miré hacia arriba. Nada, lo mismo. Abajo, al suelo. Venía tanto de lejos como desde mi propia cabeza, resonando en mis oídos.
Un momento después, una piara de sombras negras comenzó a rodear el lugar. Decenas de manchas oscuras se arrastraron por el piso, por las pocas paredes que había a mi alrededor, sobre otras tantas más lejos de mí y hasta flotando en el aire que corría gélido. Sólo manchas negras. Horribles, arrastradas, densas. Como aceitosas...
El frío aumentó repentinamente, al tiempo que un viento arremolinado fuera generado por el giro de todo lo que había a mi alrededor. Todo lo que me rodeaba comenzó a girar en torno a mí, provocando un viento muerto. A veces seco, a veces duro, siempre molesto y helado.
En medio de ese vértigo, el frío del aire comenzó a chocar con violencia contra el calor de mi cuerpo ya agitado. El corazón me latía descolocado y a destiempo. Las manos se retorcían sin encontrar algo de que agarrarse. A nada podía aferrarme. Ni a otra mano ni a una cuerda. Ni a seguir vivo.
Comencé a rezar. Intenté mirar al cielo, queriendo rogar protección. Simplemente, el cielo no estaba. Nada se veía aparte de las sombras. El colectivo no llegaba. Aun buscaba alguna salvación mundana, concreta e inmediata. Nada…
Después hay sólo una cinta negra: en algún momento sufrí un vacío en la memoria. Una ceguera temporaria de la cual no me queda un solo registro. Una falta total de sentidos que acabó recién al bajar del colectivo, ya pisando otro país.
De esa nebulosa confusa y atemporal recuerdo sólo una cosa. Una voz de hielo me maldijo lanzándome una condena certera y tajante, que me pesa hasta esta misma línea. Sólo dijo “jamás podrás contar el fin de esta historia”.