lunes, 31 de mayo de 2010

Pastillitas Chilangas


Les cuento algunas pequeñas peliculitas que vi-viví en mi nueva ciudad natal.


La puerta indicada.

Una de las primeras que recuerdo en la ciudad. Llegábamos con Nati -supongo que por primera vez- a una estación de metro. Necesitábamos buscar una salida determinada, para llegar a algún lado que seguramente sería nuestro nuevo hogar por un tiempo (probablemente la casa del Choco o de la Pinche Amiga). Entonces le pregunto a un guardia o policía, “amigo, ¿cómo hago para salir a tal parte?”. Me dice, señalando para adelante “sales por esa puerta y vas…”. La verdad es que creo que no escuché cómo seguían las indicaciones, pues gigante y llamativo era el cartel que vi arriba de la puerta señalada. Entonces le digo “¿Por esa puerta que dice No Pase?”. “Sí, sí; sales por esa puerta, y vas…” ¡Pinche poli!



¡Mecánica o ni madres!

Otra vez en el metro, uno de los lugares que no dejan margen de duda a mi teoría de que la realidad es, lejos, mucho más interesante que el cine, voy caminando y buscando las escaleras para salir de la estación o combinar con otra línea. Seguramente serían como las nueve de la mañana o algo más de las cinco de la tarde, porque había bastante gente. Y entre el calor y el zumbido y la masa que camina sin pensar en la masificación tanto como se olvida de la individualidad, veo una interrupción en el ritmo normal. Más adelante, algo raro había en el camino habitual, que hacía que bastante gente se detuviera, diera unos pasos atrás y volviera a avanzar, por un camino lateral a medio metro a un lado.

Sigo avanzando y llego al lugar, que algo extraño tendría para cortar esa rutina mental casi zombie, grabada en la cabeza por las muchísimas veces que uno hace el mismo camino en el metro. Era la escalera mecánica, que estaba parada. La gente, entonces -interrumpiendo el guión diario que repetirá hasta el infinito-, se daba cuenta de que la escalera móvil no se movía, y dando una contundente prueba de por qué nos llamamos los “animales superiores” se detenía, retrocedía, y empezaba a caminar la escalera común, tan inmóvil como la otra…



Sí, que viva… 

Hace algo menos de un mes iba caminando por el Zócalo, es decir la plaza central de la ciudad. Creo que caminaba sin motivo ni dirección, sólo caminaba por ahí. Como no tenía la concentración puesta en nada en particular, miraba alrededor, escuchaba, olía (en México el aire huele bastante, generalmente a comida). En eso voy acercándome a una esquinita contra una reja (creo que de una iglesia) y me cruzo un personaje bien particular. No tenía tanto de único, ya que como muchos en muchos lados, iba vestido con estos abrigos negros largos y medio plastificados, con la cara pintada de blanco y los rasgos exagerados en negro. Creo que se denominaría dark o algo por el estilo. Digo, no era único en su especie ni mucho menos, excepto por un detalle que vi por primera vez en un personaje como éste, lo que me sorprendió de tal forma que me encontré, sin darme cuenta, hablándole y aun cuestionándole este detalle de su atuendo. Sin pensarlo realmente, como si hablara para mí, parado a un metro de él, le digo “¿¿Qué hacés con eso en el brazo man??”. ¿Qué?, me dice. “¿¡Qué mierda hacés con una esvástica en el brazo!?”

Como mi pregunta no era realmente para buscar respuesta -aunque me sentaría a escucharlo y discutirlo cuantos días seguidos hagan falta- simplemente seguí caminando lento como venía, con la cara seguramente bastante desfigurada por el asombro, el desagrado y la inverosimilitud de la cosa. El incalificable éste, gran ejemplar de la más ilimitada y profunda estupidez universal, me sigue, camina detrás de mí al menos por un minuto diciendo cosas como “¿Y qué? ¿Qué pedo? ¿Cuál es el problema?”, y aun, el muy descerebrado gritó “¡Viva H*tler! ¡Heil H*tler!”. Además de una verdadera perturbación y una sensación rarísima que no se me fue al menos en tres horas, me quedó una idea. Pedazo de ignorante plastificado, pintado y desorientado en la historia, si H*tler estuviera vivo como querés, vos, con esa cara indígena como la mía, esa nariz muy poco aria y ese pelo lacio y muy negro, estarías bien muerto.



Degéneros del Rock.

En los vagones del metro de México, hay siempre vendedores ambulantes que llegan con detodo entre las manos, para hacerse las monedas, como ocurre en muchas ciudades grandes. Desde enciclopedias, machetes (o acordeones) digitales para exámenes de ingreso, rompecabezas y figuritas, hasta la inmortal “suave goma de mascar sin azúcar, para refrescar boca y garganta…”. Pero creo que los que más abundan y se multiplican, son los que venden compilados de “emepetrés”. Hay de salsa, de cumbia, de boleros, de música instrumental, de rancheras, de música de banda, de pop y de todos los géneros que se te puedan ocurrir. Bah, de casi todos… porque en México hay cosas realmete novedosas como aquella que se anunciara una vez: “Salió a la venta, es el disco, disco compacto en formato emepetrés, con la historia del rock, que le contiene los mejores éxitos de toda la historia en los cuatro géneros del rock, como son Nacional, Internacional, Alternativo y Pop…”



Relaciones internacionales…

Estaba, como hacía algunas tardes sin mucho que hacer, en la plaza frente al depa que alquilamos en Roma Sur. Me senté como siempre, a ver qué pasaba, si me enganchaba en algún partidito de fútbol, hacía algunos abdominales, me decidía a correr, o sólo miraría estenuevo mundo frente a mis ojos afortunados. Ah, creo que al final me puse a hacer algunos movimientos de Capoeira. Sí, porque recuerdo que de la cancha, frente a donde estaba sentado, me corrí unos cuantos metros hasta un tacho de basura para tenerlo como medida y patear por arriba. Entonces desde ahí todavía veía la cancha, donde unos japoneses o chinos jugaban básquet. Eran tres y me acuerdo que los escuché hablar, y de plano que hablaban su lengua natal.

Yo sigo pateando y al rato veo que se les acercan dos nenitos (éstos tendrían unos diez años, y los orientales quizás casi treinta cada  uno). Entonces los nenitos les piden si pueden jugar con ellos. Y los ponjas ni entendieron ni mucho les interesó entender. Y los nenitos decían “si podemos jugar con ustedes”, yo los escuchaba desde unos metros, mientras pateaba solo. Los japos decían algo cómo “no entiendo” o “no entendemos”. Y vuelta los nenitos a decir que si podían jugar con ellos.

Me llamó muchísimo la atención la falta de instinto para traducir las intenciones a señas, de parte de estos cinco no-interlocutores. No tiene sentido que lo diga, y mucho menos que lo haya sentido, pero “me cansé” de que no se comunicaran, y entonces me acerqué, les pregunté a los japos si hablaban inglés, les dije que los nenitos querían jugar con ellos y todos entendieron y jugaron… más o menos felices y contentos. Porque arrancaron de nuevo los orientales con los mensajes imposibles, señalando que los equipos eran de un japo más un nenito, contra otro japo más otro nenito. Y los nenitos jugaban juntos. Y los japos decían que no, que era uno y uno por equipo. Y yo pensé, ¡no puede ser tan difícil! Pero ya esa vez no me metí y dejé que se desentendieran solos… Me parece que al final los japos cansaron y se fueron. Y se llevaron la pelota.



Niños…

En la misma placita, que se llama algo así como Asociación de Villa del Valle, llego caminando a la misma cancha una tarde y, muy al pasar, y con una espontaneidad absolutamente imposible en adulto que yo conozca, un nenito le pregunta a otro: “¿Por qué no quieres jugar? ¿Estás triste porque mi hermana tiene novio?”

Quizás tengamos los –más o menos- grandes muchas cosas por aprender, y algunas otras por no olvidar, ¿no?



Simplemente magia.

Esta escena, difícil de transmitir en palabras, es una de las más mágicas que he visto, según registra mi memoria. Un día con un poco de viento, íbamos paseando por alguna avenida. En una plaza sobre esta calle, había un puestito de estos que venden lo que algunos llamábamos de niños “algodón de azúcar” y otros llaman “nube de azúcar”, y que aquí llaman sólo algodón. El punto es que resulta que acá en México, por lo que vi ya un par de veces, los puestitos ambulantes en que se fabrican y venden estas maravillas, no tienen una contención contra el viento. Y razonablemente, cuando fabrican el dulce, éste, caliente, prefiere volar libremente a enroscarse en el palito que le corresponde.

Lo que me resultó bello, bello y mágico, es que, con el caramelo espumoso y volador flotando por ahí, un montón de gente, grandes y niños, correteaban aquí y allá por la plaza y la calle, con los dedos arriba, tratando de cazar sus pequeños bocaditos de azúcar caídos del cielo. 
        

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