martes, 8 de julio de 2008

Parábola




El paisaje es un desierto.

Un desierto benévolo, cálido y apacible.

La brisa calma invita a la danza de tu pelo.

Vuela, me rodea, me cubre y me cuida.

Pero nunca me cuenta los secretos de tu corazón.

Y después vuelve deslizándose, acariciando la blancura del suelo.

Se eleva hacia adonde estás vos y yo te miro.

La luna se descubre detrás de tu hombro.

El cielo es infinito y oscuro, y las estrellas se agolpan para adornarte.

Y vos dirigís la orquesta.

Una gran puesta en escena espera los gestos de tus manos.

Con un ademán das comienzo al primer acto.

Todos los astros del cielo van detrás de la parábola de tus ojos.

El ambiente es imponente, magnífico.

Pero nada cambia tu sosiego y el gesto pasivo de tu cara.



Y yo estoy acá abajo.
Y te miro y observo el gran espectáculo.
Y pienso en qué más podría querer que esto...
Si tener al suelo para que me sostenga
y al aire para que me mantenga vivo
me resulta suficiente para ansiar por siempre
alcanzarte y entonces comer el pan de tu cuerpo
y beber la ternura de tus ojos.



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